De la brecha tecnológica a la ciudadanía digital
Aunque la democratización del acceso a Internet ha sido un factor clave para fortalecer la educación, la tecnología impone nuevos retos para el aprendizaje. Es necesario enriquecer el potencial de los dispositivos en las aulas y fomentar aptitudes acordes a la era de la información.
Por Roberto Ricossa, VP de Marketing de las Américas de Avaya | Síguelo en Twitter, LinkedIn y Google+
El impacto de las innovaciones tecnológicas se hace sentir en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Desde la irrupción de Internet y la masificación de los dispositivos para acceder a ella, millones de personas modificaron sus antiguos hábitos de consumo, adoptando nuevas pautas de información, comunicación y entretenimiento. Simultáneamente, gracias al crecimiento y la sofisticación de los teléfonos móviles, nos liberamos de las antiguas limitaciones espaciales: cada vez más gente se desplaza ahora sin dejar de estar comunicada.
En materia educativa, mientras tanto, los avances tecnológicos también han dejado huellas significativas: cuando en 2005 se lanzó la iniciativa One Laptop Per Child (OLPC) comenzó a escribirse un gran capítulo en la lucha contra la brecha digital. El proyecto, destinado a estudiantes de naciones en desarrollo, no sólo multiplicó los puntos de acceso a Internet en países tan diversos como Uganda, India o Guatemala, sino que inspiró iniciativas similares a escala nacional. Así nacieron, por ejemplo, el Plan Ceibal en Uruguay y el plan Conectar Igualdad en Argentina. El denominador común de estos proyectos fue la democratización de los dispositivos, una condición esencial –pero no suficiente- para garantizar que las nuevas generaciones se incorporen plenamente a la era de la información.
Pero la evolución del uso que las personas hacen con la tecnologías abre paso a nuevos desafíos. Así como se ha popularizado el enfoque BYOD (Bring your own device) en las empresas, ahora ese concepto, que implica compatibilizar el uso del dispositivo móvil personal para tareas laborales, se va trasladando a la educación, una perspectiva que, habida cuenta de la enorme proliferación de los smartphones entre los alumnos, busca asimilar el uso de esos dispositivos en clase. Se trata, por cierto, de un reto ineludible: de acuerdo a Pew Research Internet Project el 78% de los adolescentes estadounidenses tienen sus propios teléfonos móviles y el 74% accede a Internet a través de ellos.
De la distracción a la construcción
El protagonismo de estos dispositivos ha instalado nuevos interrogantes a la hora de enseñar, sobre todo en los niveles iniciales y medios de la formación. Afortunadamente, frente a las posiciones tradicionales que sólo concebían a la tecnología como un factor “distractor” para el aprendizaje, han surgido visiones más alentadoras y constructivas. La fundación estadounidense Edutopia, por ejemplo, fomenta desde hace años la inclusión del teléfono en el aula y capacita a los maestros para que ayuden a sus alumnos a descubrir qué aplicaciones o programas pueden servirles para sus tareas.
En la misma línea, algunas experiencias en América Latina también están demostrando los beneficios de incorporar la tecnología a las aulas. En Chile, una investigación de la Universidad de Santiago confirmó que la incorporación de elementos tecnológicos en las clases no sólo aumenta la participación de los alumnos sino que también entusiasma a lo maestros. Los investigadores incluso descubrieron que los docentes de mayor edad, aún cuando tardan más tiempo en afianzar el manejo de las herramientas, tienden a usarlas con mejor criterio.
Por otra parte, iniciativas internacionales como Bridge IT están convirtiendo a los teléfonos móviles en un recurso esencial para los docentes. Este programa, conocido en América Latina como Raíces de aprendizaje móvil, ha tenido amplia aceptación en Chile y Colombia, dónde ha llegado a 20 mil y 10 mil estudiantes, respectivamente. El objetivo es que los profesores puedan apoyar sus enseñanzas en soporte digital a un costo reducido, aprovechando las posibilidades que brinda la telefonía móvil para la descarga rápida de contenidos.
Ciudadanía digital
Aún así, persisten muchas dudas sobre cómo incorporar la tecnología en la enseñanza. El temor a lo nuevo y una visión reduccionista sobre los dispositivos (un “juego”) suelen desanimar a las instituciones, que encuentran muchas dificultades para generar propuestas que entusiasmen a los alumnos.
Hay que trabajar en reducir esa “brecha” de intereses, explorar estas nuevas herramientas y analizar qué contenidos aprender a través de ellas.
A su vez, docentes, padres, instituciones y empresas de tecnología, estamos llamados a cumplir un nuevo y exigente rol: el de guiar a los niños/alumnos en el ejercicio de su futura “ciudadanía digital”. Este objetivo se torna cada vez más relevante en la medida en que, más allá de las destrezas técnicas, las nuevas generaciones necesiten hacer un uso inteligente y reflexivo de la tecnología.
Foto y bio de Roberto Ricossa: aquí
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